20 December 2009

ALICE EM PIZARNIK: textos originais

ALEJANDRA PIZARNIK
 
 
INFANCIA
 
Hora en que la yerba crece
en la memoria del caballo.
El viento pronuncia discursos ingenuos
en honor de las lilas,
y alguien entra en la muerte
con los hojos abiertos
como Alicia en el país de lo ya visto.
 
 
 
 
DEVOCIÓN Debajo de un árbol, frente a la casa, veíase una mesa y sentados a ella, la muerte y la niã tomaban el té. Una muñeca estaba sentada entre elas, indeciblemente hermosa, y la muerte y la niña la miraban más que al crepúsculo, a la vez que hablaban por encima de ella. - Toma un poco de vino - dijo la muerte. La niña dirigió una mirada a su alrededor, sin ver, sobre la mesa, otra cosa que té. - No veo que haya vino - dijo. - Es que no hay - constestó la muerte. - Y por qué me dije usted que habiá? - dijo. - Nunca dije que hubiera sino que tomes - dijo la muerte. - Pues entonces ha cometido usted una incorreción al oferecérmelo - respondió la niña muy enojada. - Soy huérfana. Nadie se ocupo de darme una educación esmerada - se disculpó la muerte. La muñeca abrió los ojos. 
 
 
 
 
A TIEMPO Y NO a Enrique Pezzoni -No he visto aún a la reina loca-dijo la niña. -Pues acompáñame, y ella te contará su historia-dijo la muerte. Mientras se alejaban, la niña oyó que la muerte decía, dirigiéndose a un grupo de gente que esperaba: "Hoy están perdonados porque estoy ocupada"., cosa que la alegró, pues el saber que eran tan pocos los que iban a morir la ponía algo triste. Al poco rato vieron, a lo lejos, a la reina loca que estaba sentada muy triste sobre una roca. -¿Qué le pasa?- preguntó la niña a la muerte. -Todo es imaginación-replicó la muerte-, en realidad no tiene la menor tristeza. -Pero sufre igual, entonces no hay ninguna diferencia-dijo la niña. -Vamos-dijo la muerte. Se acercaron, pues, a la reina loca, que las miró en silencio. -Esta niña desea conocer tu historia-dijo la muerte. -Yo también quisiera conocer mi historia si yo fuera ella y ella yo-dijo la reina loca. Y agregó-: Siéntense las dos y no digan una sola palabra hasta que haya terminado. La muerte y la niña se sentaron y, durante unos minutos, nadie pronunció una sola palabra. La muñeca cerró los ojos. -No veo cómo podrá terminar si no empieza-dijo la niña. Se hizo un gran silencio. -Una vez fui reina-empezó al fin la reina loca. A esas palabras el silencio se volvió a unificar y se hizo denso como una caverna o cualquier otro abrigo de piedra: dentro, entre las paredes milenarias, la joven reina rodeada de unicornios sonríe a su espejo mágico. La niña sentía deseos de prosternarse ante la narradora en harapos y decirle: "Muchas gracias por su interesante historia, señora", pero algo le hacía suponer que la historia de la reina loca aún no estaba terminada y por lo tanto permaneció quieta y callada. La reina loca suspiró profundamente. La muñeca abrió los ojos. -"Hijo mío, tráeme la preciosa sangre de tu hija, su cabeza y sus entrañas, sus fémures y sus brazos que te dije encerraras en la olla nueva y la taparas, enséñamelo, tengo deseos de mirar todo eso; hace tiempo te lo di, cuando ante mí gemiste, cuando ante mí estalló tu llanto"-dijo la reina loca. -No le hagas caso-dijo la muerte-, está loca. -¿Y cómo no va a estarlo si es la reina loca?-dijo la niña. -Siempre divaga sobre lo que no tuvo. Lo que no tuvo la atraganta como un hueso-dijo la muerte. Con los ojos llenos de lágrimas prosiguió la reina loca: -Niña, tú que no has tenido un reino, no puedes saber por qué voy bajo la lluvia con mi corona de papel dorado y la protejo.... -Para que no se moje-dijo la niña. Y empezó a contar: Una vez mi primo y yo. Pero se contuvo pues la muerte mordía con impaciencia un pétalo de rosa que tenía en la boca. -No, no puedo saber-dijo la niña. -Pues cuenta la historia de una vez y basta -dijo la muerte consultando su reloj que en ese momento se abrió e hizo aparecer a un pequeño caballero con una pistola en la mano que disparó seis tiros al aire: eran las seis en punto de la tarde y el crepúsculo no dejaba de revelarse algo siniestro, sobre todo por la fugaz aparición del caballerito del reloj y por la presencia de la muerte, aún si ésta jugaba con una rosa que lamía y mordía. A lo lejos, cantaban acompañándose de aullidos y tambores. Alguien cantaba una canción en alabanza de las florecillas del campo, del cielito blanco y azul, del arroyuelo que mana agüita pura. Pero otra voz cantaba otra cosa: Et en bas, come au bas de la pente amère, cruellement désespéré du coeur, s'ouvre le cercle des six croix, trés en bas comme encastré dans la terre mère, desencontré de l´ entreinte inmonde de la mèr qui bave. La reina loca suspiró. -Me he acostado con mi madre. Me he acostado con mi padre. Me he acostado con mi hijo. Me he acostado con mi caballo-dijo. Y agregó-: ¿Y qué? La muerte escupió otro pétalo y bostezó. -Qué interesante-dijo la niña con temor de que su muñeca hubiese escuchado. Pero la muñeca sonreía, aunque tal vez con demasiado candor. -Podría contarte mi historia a partir de la e de ¿Y qué?, que fue la última frase que dije aunque ya no es más la última-dijo la reina loca-. Pero es inútil contarte mi historia desde el principio de nuestra conversación, porque yo era otra persona que no está más. La muerte bostezó. La muñeca abrió los ojos. -Qé bida!-dijo la muñeca, que aún no sabía hablar sin faltas de ortografía. Todo el mundo sonrió y tomó el té sobre la roca, en el funesto crepúsculo, mientras aguardaban a Maldoror que había prometido venir con su nuevo perro. Entretanto, la muerte cerró los ojos, y tuvieron que reconocer que dormida quedaba hermosa.
 
 
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